Foto tomada de www.metro.co.uk |
El primer día no te vi. El segundo tampoco. Fue cuando empecé a decir presente que notaste que era diferente, que hablaba diferente, que movía mis manos diferentes, que no jugaba fútbol en la clase de educación física. Ahí fue cuando empezaste a burlarte de mí, en aquella clase de Matemáticas cuando me eligieron vocal de la sección. Yo, de 13 años empezaba mi pubertad. En mi mente no había más que pensamientos locos, incertidumbres sobre mí, sobre lo que me gustaba, sobre lo que quería para mí. Recuerdo cuando se empezaron a perder mis lápices, cuando mis cuadernos se caían de mi mochila, cuando había un chicle en mi pupitre. De todo eso me acuerdo.
Los primeros meses fueron difíciles, no sabía qué hacer, no sabía si decirle a mi mamá o a la Directora. No sabía. Hubo un momento en el que no soportaba verte o saber que me humillarías una vez más frente a toda la clase, esa semana de junio me quería matar. No sabía por qué razón vos me ofendías tanto o por qué razón Dios permitía que así fuera. No sabía por qué no era igual a los demás y no quería defraudar a mis padres. Lo pensé varias veces, buscaba las formas pero no encontraba las fuerzas.
Los días siguieron y tus palabras de ofensas cada vez eran más fuertes. A pesar de todo, había momentos al año en los que no te era motivo de burla, cada vez que había examen y me pedías ayuda. En ese momento te sabias mi nombre y lo decías con seguridad, después era el maricón, el cochón, la loca, la mujer. Luego empecé a entender que toda la vida iba ser así, que tenía que vivir con tu burla a pesar de que hiciera lo que hiciera, pero que el mundo giraba y que la vida misma se encargaría de ponernos frente a frente, cuando yo pudiera defenderme.
Así pasaron los años y las voces fueron cambiando, pero el mensaje homofóbico siempre fue el mismo. Cuando te vi por última vez en la graduación sentí un alivio enorme por que tus palabras de odio no volverías a lastimar mi integridad.
Recuerdo la última vez que te vi, yo sentado y vos pasando la carta del restaurante al que yo iba por una reunión de trabajo. Ahí me di cuenta, que gracias a tus ofensas me hice más fuerte para enfrentar lo que falta del mundo.